Llevo bastante tiempo queriendo escribir un especial sobre los coches italianos. Y lo cierto es que, por mucho que he reflexionado, hasta ahora no me he atrevido a ponerme a ello. Me parece que es una tarea procelosa, en la que es fácil meter la pata y herir susceptibilidades. Si digo que los vehículos italianos son impresionantes, los germanófilos —no me refiero a los fans de Angela Merkel, sino más bien a los que militan en la liga de los seguidores de los automóviles alemanes— se me tirarán al cuello. En cambio, si hablo de la poca fiabilidad de las mecánicas italianas, el clásico cliente que ha tenido suerte con su Fiat o con su Lancia saldrá defendiendo contra viento y marea su vehículo argumentando que nunca se ha roto. Soy consciente de que no todo el mundo estará de acuerdo. Por eso están los comentarios abiertos para discrepar de lo que aquí escriba. Pero siempre que se haga con mesura y respeto. Cualquier opinión es bienvenida si aporta algo y no es agresiva ni insultante. Y ahora, al toro.

¿Qué es lo que caracteriza a los coches italianos? ¿El diseño? ¿El lujo? ¿La deportividad? ¿La extravagancia? Es complicado describir una característica que pueda definir a todos los modelos italianos en conjunto, porque es una industria excesivamente bipolar: lo mismo te encuentras con vehículos de superlujo, auténticas joyas exclusivas y vanguardistas; que con automóviles baratitos de baja calidad y peor fama. Quizás sería más fácil escribir sobre marcas en concreto, pero al final veríamos que, salvo excepciones, casi todas —ya sean generalistas o de lujo— terminan teniendo algo que ver con el Grupo Fiat. Pero para complicar aún más las cosas, nos encontramos con que ahora Fiat se ha fusionado con Chrysler, uno de los buques insignia de la industria americana. Cosas de la globalización, que difumina tanto las fronteras que se tornan difusas e indistinguibles.
Pero para entender a los coches italianos, hay que tratar de comprender a los italianos en general. Algo bastante complicado porque la península con forma de bota registra diferencias irreconciliables entre los laboriosos habitantes del norte y los vivarachos meridionales. Alguien que no conozca Italia podría pensar que es el más mediterráneo de los países del sur de Europa. Aparentemente, los italianos son alegres, extrovertidos, bulliciosos y apasionados. Incluso alguien puede pensar que a su lado, los españolitos parecemos tristes y taciturnos. Sin embargo, tanto la generalización sobre los italianos como la que nos describe a nosotros sería injusta porque trata de meter en un mismo saco a un grupo excesivamente heterogéneo.

Si hacemos segmentos más pequeños, podemos entonces centrarnos sólo en el norte de Italia, una zona que muchos han descrito como la Suiza del sur. Allí podremos observar que su economía es muy potente, con una industria de gran importancia, que empuja al país arrastrando con su actividad productiva al depauperado sur. No en vano, Italia es la octava economía más importante del mundo, y la cuarta de Europa. Y eso es gracias al emprendedor norte.
Todas las marcas de vehículos italianos —si se me escapa alguna, háganmelo saber— proceden del norte de Italia. En Milán se fundó Alfa Romeo, que actualmente es propiedad del Grupo Fiat. En cambio, la matriz del gigante automovilístico es originaria de Turín, lo mismo que su filial Lancia. También en el norte de Italia está Módena, el área que más fabricantes aglutina. Allí tienen su sede De Tomaso y Maserati, que también pertenece al Grupo Fiat. Pero la marca estrella de la familia Agnelli es Ferrari, cuya mítica sede de Maranello está a 19 kilómetros de Módena. El directo competidor de Ferrari, Lamborghini, se sitúa a 20 kilómetros de Módena, en Sant’Agata Bolognese; mientras que Pagani se estableció en San Cesario sul Panaro, a 13 kilómetros de Módena. Si lo miran en un mapa, entenderán lo poco que tiene que ver la industria automovilística italiana con los calabreses o los sicilianos.
Continuará…
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