La casualidad ha querido que justo unos días después de que yo iniciase la relectura de la novela de Kerouac, se estrenase la película “On the road”. Mi idea era volver a leerla con la intención de extractar algunos de sus pasajes y ponerlos aquí para que los asiduos al blog los pudiesen disfrutar. Sin embargo, tras una completa lectura he pensado que sería bueno reflexionar un poco sobre esta obra que es considerada como imprescindible por todos aquellos a los que les gusta la literatura y viajar en coche.

En 2008, un anuncio de BMW desató la pasión por la hasta entonces marginal novela “On the road” de Jack Kerouac, que desde 1957 había pasado bastante desapercibida en nuestro país. Pero la televisión consiguió que, gracias a un anuncio de coches de treinta segundos de duración, la gente empezase a interesarse por la “Generación Beat” que tanto exaltó Kerouac en su fundamental libro de viajes. La declamación enloquecida de un simple párrafo, acompañada de unas bellas imágenes de la gama actual de BMW, fue suficiente para que la gente se volviese loca con aquella novela:
“Sigo a la gente que me interesa, por que la única gente que me interesa es la que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo. La gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas. Y entonces se ve estallar un luz azul y todos el mundo suelta un ¡Ohhhhh!”.
Aquellas tres largas frases, leídas por un actor que trata de parecer la versión sofisticada y pija —lo que los anglosajones denominan “bobo”— de Dean Moriarty, consiguieron lo que en España no había logrado el marketing editorial en cincuenta años.
Cuando visioné el spot, rememoré mi primera lectura de los años noventa. Por aquel entonces, en los inicios de mis estudios universitarios, algunos gurús intelectualoides decían de la obra de Kerouac que era una de las grandes enseñas de la “Cultura Beat”. Un movimiento rompedor en el que no sólo despuntaba Jack Kerouac, sino que también lo hacían, entre otros, artistas heterodoxos como William Burroughs o Allen Ginsberg —todos ellos retratados en “On the road”—, caracterizados por una forma de entender la vida rompedora e iconoclasta que tanto inspiró a los hippies de los 60.
Años después, la revista Time incluyó esta novela autobiográfica en su lista de las 100 obras más influyentes desde el nacimiento de la revista en 1923. Por aquel entonces quería leer todos esos textos considerados como fundamentales. Y reconozco que cuando la terminé me pareció algo sobrevalorada. También es cierto que yo la veía desde mi propia perspectiva finisecular, como miembro de una generación curada de espanto, que ya no se escandalizaba prácticamente por nada. El estilo de vida bohemio, el abuso de las drogas y el alcohol, hasta la promiscuidad sexual, eran cosas que tal vez habían horrorizado a las generaciones anteriores, pero que no incomodaban a los que habíamos nacido a partir de 1975. Aunque sí que es cierto que en 1957 la mojigata sociedad americana no tuvo que sentirse muy cómoda al ver descritas en un libro —negro sobre blanco— una forma de vida disoluta, relatada a ritmo del jazz más suburbial, caracterizada por un vagabundear constante, una permanente trasgresión de los estrictos límites de lo convencional.
“On the road” es una novela de viajes. Seguramente sea uno de los grandes libros de viajes, que describe las vicisitudes de unos jóvenes sempiternamente heridos de itinerancia, necesitados de movimiento, vagando de un lugar a otro sin rumbo fijo. Entre todos, destaca Dean Moriarty. Como se dice en esta web, el protagonista es un “icono sexual, un héroe, un potencial drogadicto, un criminal y un santo gurú. Los hombres quieren ser como él, las mujeres quieren acostarse con él”. Con esa forma de ser, es fácil impresionar a una juventud que trata de romper con los cánones establecidos, que piensa que hay que hacer lo contrario a lo que dicen sus padres y que la rebeldía, ante todo, es una actitud ante la vida. Por algo, a la “Cultura Beat” también se la llama “contracultura”.

A pesar de que todos los personajes se ven continuamente impulsados a moverse, el que realmente lleva dentro a un auténtico vagabundo es Dean Moriarty. Aquel loco, en ocasiones genial, a veces patético, según nos dice Kerouak, “lo único que necesitaba era un volante entre las manos y cuatro ruedas sobre la carretera”. Los largos viajes hacia el oeste por la Ruta 66, o el último hacia el sur, por la Ruta Panamericana, podían llegar a ser tediosos en determinados momentos, excepto para Dean: para él, “la carretera es la vida”.
Ahora que he vuelto a leer la novela he podido disfrutar de algunos matices que me pasaron desapercibidos hace años. Además, este nuevo acercamiento me ha servido para forjarme una opinión distinta del texto. Si en una primera lectura aquellos viajes en coche me parecieron verdaderamente iniciáticos, hoy en día pienso que hace veinte años exageré un poco. La premisa básica de uno de estos periplos es que la personalidad de los que lo realizan debe cambiar durante el mismo, siendo en el regreso una persona diferente a la que partió tiempo atrás. Y en el caso de Sal Paradise, el narrador de la historia, trasunto del novelista Kerouac, no es así. Quizás sea por vivir demasiado tiempo en la carretera que uno termina por acostumbrarse y lo convierte casi en su única forma de vida. Tanto para Dean como para Sal, el viaje no requiere ni de destinos ni de objetivos. El viaje es un fin en sí mismo, y de lo que se trata es de estar siempre en movimiento. “No podía quedarse en un sitio sin cansarse enseguida de él y porque no había adónde ir excepto a todas partes”. Por eso muchos de los personajes que aparecen en la novela —todos ellos personajes reales— no son más que nómadas que disfrutan con su vida trashumante, como vagabundos errantes que deambulan de un lugar para otro en función del dinero disponible.
A pesar de todo, la técnica intimista y espontánea, a veces incluso rayana en el surrealismo poético, totalmente volcada en las reflexiones emanadas del monólogo interior, es muy interesante. Algunos de sus párrafos me fascinan. Me encanta el lirismo con el que describe Kerouac el carácter de Dean Moriarty: “su alma (…) está arropada por un coche rápido, una costa a la que llegar y una mujer al final de cada carretera”. O cuando rememora “aquel magnífico coche cortaba el viento; hacía que las llanuras se desplegaran como un rollo de papel; despedía alquitrán caliente”. Curioso, por otra parte, que el autor presentase el manuscrito de “On the road” a la editorial Viking Press mecanografiado en un largo rollo de papel. Y ahondando en aquellas metáforas tan sugerentes reflexiona sobre la pureza de la carretera. “La línea blanca del centro de la autopista se desenrollaba siempre abrazada a nuestro neumático delantero izquierdo como si estuviera pegada a sus estrías”.
Todavía no he visto la película, así que no puedo decir mucho sobre ella. Pero para ir abriendo boca, les dejo con un trailer.
Una gran novela complicada de llevar a la gran pantalla.
Junto con Rush, los estrenos más recomendables del año para mi gusto.
Tiene buena pinta la de Rush, con el duelo entre Lauda y Hunt. Pero en USA probablemente pase sin pena ni gloria porque no son muy dados a la Fórmula Uno.