El gobierno cubano ha “liberalizado” el mercado de venta de vehículos nuevos, permitiendo la importación de automóviles extranjeros. De ese modo, sus ciudadanos ya pueden empezar a adquirirlos, siempre que dispongan del dinero necesario, porque estos modelos modernos no son baratos.

Cuba es un país que se ha quedado estancado en el año 1959. Si nuestros ojos fuesen tomavistas, y la vida transcurriese en una película de 8 milímetros, nos llamaría la atención sobremanera las secuencias de la cotidianeidad cubana, que parecen congeladas en una pantalla, después de que un grupo de revolucionarios comunistas rompiesen el proyector. Primero Fidel Castro, y posteriormente su hermano Raúl, han conseguido que el país se haya quedado paralizado en una foto fija y estática que nos muestra a principios de 2014 cómo era la vida en 1959. Porque desde entonces, ni los edificios, ni los transportes públicos (sobre este tema recomiendo la lectura del libro Los funerales de Castro, del periodista Vicente Botín, en el que se explica a la perfección los surrealistas camellos y demás extraños artefactos que se emplean como medios de transporte), ni las infraestructuras, ni las carreteras, ni los coches han evolucionado.
En esta Pompeya cubana petrificada por la erupción del Vesubio castrista, que ha cubierto la isla con un espeso manto de lava comunista, nos podemos encontrar con escenas de la vida cotidiana de finales de los años cincuenta. Como si formásemos parte de una película antigua, en La Habana es posible caminar por la calle mientras nos cruzamos con un Cadillac De Ville de 1952 o un Plymouth Belvedere de 1954.
Muy llamativo es lo que le sucedió a un amigo mitómano que, al ver detenerse junto a él a un Ford Thunderbird de 1955, pensó que se iba a apear del mismo Elvis Presley, Ernest Hemingway o Marilyn Monroe. Este mismo conocido me contó que del vehículo se bajó un pequeño mulato como hecho de cuero viejo, enjuto, de pelo rizado y blanco. Y aquel anciano que vivía de hacer chapuzas artesanales le explicó que el motor procedía de un antiguo tractor, mientras que el líquido de frenos era un fluido casero generado a base del magnífico ron cubano.

¿Por qué escribo hoy sobre los curiosos automóviles cubanos? Pues por una sencilla razón: como ya expliqué en la entradilla, a partir de ahora el mercado cubano liberaliza la importación de coches extranjeros. Pero aunque muchos lo ven como un signo de apertura, la realidad es mucho más prosaica, ya que estamos ante un señuelo del gobierno de los hermanos Castro: el Estado se reserva el monopolio de la venta de esos vehículos nuevos procedentes del extranjero.
Para los que pensaban que esta medida era un concesión al capitalismo —aunque fuese un capitalismo edulcorado o capado como el chino— simplemente reflejaré aquí un ejemplo: con un salario medio de unos 15 euros, el precio de venta de un Peugeot 4008 (que en España parte de unos 30.000 euros) se oferta en Cuba por más de 175.000 euros. En mi opinión, multiplicando por seis los precios en origen, se evidencia que el organismo estatal que se encarga de estas importaciones no tiene intención de vender muchas unidades.
Esto debe ser lo que Raúl Castro considera eliminar una “prohibición absurda”. Sin embargo, parece que los gerontócratas cubanos siguen pensando que el automóvil, al igual que el teléfono móvil o los viajes al extranjero, son demasiado burgueses y contrarrevolucionarios. Pero han descubierto que, en lugar de prohibir algo, es mejor que esos productos se pongan inalcanzables.
Por otra parte, parece que los jerarcas no han caído en la cuenta de que con esta pseudo-liberalización se finiquita el tan cacareado igualitarismo cubano; un igualitarismo consistente en que toda la población sea igual de pobre. Pero esa forma de pensar, que hurta la posibilidad de quejarse a los descontentos ya que todos los ciudadanos sin distinción lo pasan igual de mal, puede cambiar cuando en la calle empiecen a verse modernos coches europeos. Porque, según describe Ángel T. González en el periódico El Mundo, existe un pequeño nicho de “campesinos privados, artistas, dueños de restaurantes exitosos y quizás el dinero aportado por emigrantes a familiares radicados en la isla” que pueden estar en disposición de adquirir estos nuevos modelos. De ese modo, se haría patente que en Cuba existe una pequeña clase media con algo más de desahogo económico. Una realidad opuesta a lo que pregona oficialmente el gobierno castrista.
No obstante, y a pesar de lo expuesto en el párrafo anterior, creo que los maravillosos clásicos americanos de los años cincuenta seguirán circulando cada vez más en precario por La Habana durante mucho tiempo.
Si este artículo les ha gustado, les agradecería que le diesen la máxima difusión a través de las redes sociales.
Un comentario sobre “Los prodigiosos coches cubanos”