Mediohombre: la batalla que Inglaterra ocultó al mundo, de Alber Vazquez, es una novela histórica que narra uno de los acontecimientos históricos más desconocidos de la historia de España.

Con ese complejo histórico que tanto nos caracteriza a los españoles, tendemos a pensar que las batallas perdidas pesan mucho más que las ganadas. Por lo tanto, hay un sentir general que considera que la pérdida de la Armada Invencible en 1588 causó una debacle en nuestro poderío naval de la que nunca fuimos capaces de reponernos, y cuya puntilla se produjo en 1805 cuando los ingleses volvieron a derrotarnos a la altura del cabo Trafalgar.
Esta opinión ha calado en la cultura popular sin tener nada de cierto. Recuerdo que hace un tiempo mantuve una curiosa conversación virtual a través de Facebook con el abogado, escritor y divulgador Carlos Canales, que coincidía conmigo en opinar que el saldo general de enfrentamientos entre España e Inglaterra era claramente favorable a nuestro país.
Según Canales, los ingleses —al igual que los franceses— temían con horror enfrentarse a un navío español, ya que sabían que la derrota casi siempre era segura. Sin embargo, mientras que una nación orgullosa como Inglaterra intenta ocultar siempre sus debilidades, parece que nosotros nos regocijamos mucho más con nuestros desastres y olvidamos rápidamente las victorias. Un caso prototípico sería el de la Guerra de la Oreja de Jenkins.
En 1739, el comercio español con las Indias había decaído mucho por culpa del tráfico ilegal de mercancías desarrollado por los ingleses. La mecha que encendió el conflicto se produjo en Florida, cuando la fragata mercante Rebeca, comandada por el capitán escocés Robert Jenkins, fue abordada e inspeccionada por el guardacostas español Isabela. Durante el registro, el capitán Julio León Fandiño localizó escondidos en las bodegas una gran cantidad de productos de contrabando. Como castigo, el español le cortó una oreja al escocés y le advirtió: “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”.

Aquella afrenta llegó hasta la Cámara de los Comunes. En mitad de un acalorado debate, el traficante escocés se presentó en Westminster portando una caja en la que guardaba su apéndice auricular. Exigía una satisfacción a su honor humillado. Algo que los parlamentarios británicos terminarían por otorgarle, ya que aquello les sirvió de excusa para declararle la guerra a España. Una excusa muy débil que ocultaba la pretensión de apoderarse de nuestras colonias por la fuerza.
Para ello, pertrecharon una escuadra enorme que al mando del Almirante Vernon se dirigió hacia el Caribe. A última hora se decidieron por atacar las plazas de Portobelo y Cartagena de Indias, que eran las llaves que abrían las colonias al comercio.
A finales de 1739, Vernon se plantó en Portobelo. Debido a sus mínimas defensas, nada más iniciarse el ataque, la plaza tuvo que capitular. Entonces el almirante inglés regresó a Jamaica para organizar un nuevo ataque, esta vez sobre Cartagena de Indias. Una invasión que no se produciría hasta la primavera de 1741. Con una enorme superioridad de efectivos —casi 200 buques y cerca de 30.000 hombres—, la escuadra británica puso proa hacia Cartagena de Indias.
La novela Mediohombre: la batalla que Inglaterra ocultó al mundo narra todo lo sucedido en la ciudad, desde el punto de vista del teniente general de la armada Blas de Lezo. Este marino era el responsable de la defensa española. Conocido por el apodo de Mediohombre debido a sus numerosas heridas de guerra, en 1740 había perdido en combate un brazo, una pierna y un ojo. Aunque, como escribe Pérez-Reverte, “los cojones siempre los tuvo intactos y en su sitio”.

A través de los pasajes de la novela de Alber Vázquez podemos ir rememorando cómo se fue produciendo la imaginativa y valiente defensa de la ciudad. Solo una persona inteligente y aguerrida sería capaz de oponerse como un jabato ante una fuerza ocho veces superior. En esta novela se describen muy bien las decisiones estratégicas y los movimientos operativos que Lezo iba trazando para dificultar lo máximo posible el acceso a la bahía interior de Cartagena de Indias. Y cada vez que con enorme esfuerzo los ingleses conseguían un ligero avance, se encontraba con algún ardid planteado por Lezo antes de replegarse a un nuevo punto más fácil de sostener (hundir los barcos que no se podían usar para proteger los canales de acceso a la bahía, guerra de guerrillas en los manglares, engaños a los ingleses para propiciar ataques cuerpo a cuerpo…).
El libro gustará sobre todo a los interesados en la historia, ya que es muy fiel a los sucesos históricos que narra. Apenas se anda por las ramas y no hay casi digresiones que nos puedan distraer. El autor quiere por encima de todo que conozcamos cómo se produjo la defensa de la plaza. Y para ello, apenas pierde tiempo en detalles innecesarios, en retratos psicológicos más propios de otro tipo de novelas o en descripciones largas y procelosas.
Sin embargo, tengo que decir que a nivel de puntuación he detectado bastantes fallos, sobre todo en el uso de la coma. Quiero suponer que el origen de estos fallos no sea tanto por culpa de la redacción (para evitar eso están los editores y los correctores de estilo), sino que vengan provocados por una deficiente maquetación de la versión digital, que es la que yo he comprado en Amazon.
Respecto a este tema es curioso que siendo las editoriales las más perjudicadas por el pirateo, sean las que menos interés ponen en editar correctamente sus ediciones digitales. No es este el primer caso que me encuentro de novelas digitales (yo ya apenas leo las versiones en papel) mal editadas, con descuido y desidia, plagadas de faltas de ortografía y con graves problemas de maquetación.
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Un ejemplo de picaresca española, llegó al punto de para evitar el asalto a la fortaleza de Cartagena de Indias, Blas mandó excavar trincheras y rebajar el terreno que bordeaba las murallas de la fortaleza para evitar que las escaleras inglesas llegaran a lo alto.
Un saludo.