Si hace un par de días escribía sobre los cambios automáticos y los manuales, hoy creo que es necesario hacer una apreciación, ya que no todos los automáticos son iguales. Pero no quiero hacer aquí una espesa disquisición técnica. Nada más lejos de mi intención. Básicamente porque los aspectos mecánicos me desagradan y no son mi fuerte. Sin embargo, algo de tecnología es imprescindible para poder comprender las diferencias. Espero no ser muy pesado.

Lo primero que hay que saber es que hoy en día todas las transmisiones automáticas –al menos las que yo conozco- son también manuales, ya que nos permiten ir introduciendo las marchas de un modo secuencial, de una en una, siendo imposible pasar de tercera a quinta si antes no hemos seleccionado la cuarta. En muchos modelos, además de poder cambiar desde la propia palanca, también podemos hacerlo desde el volante si está equipado con levas, que son unas pequeñas teclas que nos permiten subir y bajar de marcha. Aunque en la práctica las usa muy poca gente, he de recomendarlas porque su utilización resulta muy entretenida, proporcionando una experiencia muy similar a la de la competición.

El primero de los tipos de cambios automáticos sería el de convertidor de par. Aunque han mejorado mucho, a mí es el que menos me gusta. Mediante controles electrónicos es capaz de ir seleccionando por sí mismo la marcha más adecuada en función de las condiciones de marcha. Simplemente con acelerar, el sistema establece la relación más conveniente para cada fase de la conducción. Aunque están muy mejorados y apenas producen tirones, su estructura mecánica hace que todavía se note algo de resbalamiento. Esto implica que cuando pisamos el pedal del acelerador ha fondo y muy rápidamente para que reduzca varias marchas (en adelantamientos en los que necesitamos potencia adicional), hay veces que tarda unas décimas de segundo hasta que engrana una velocidad más corta.
Para obtener mayor suavidad y refinamiento, algunas marcas optaron por usar un variador continuo como el de las motocicletas scooter. En este caso, el elemento mecánico es una cadena que transmite la potencia. Dentro de unos límites, se puede decir que este tipo de transmisiones tienen infinitas marchas, ya que la cadena va variando de diámetro en función de las necesidades de par de cada momento. Si vamos en automático la sensación es la misma que en un ciclomotor, en el que la aceleración es totalmente continua, como si no tuviese marchas. El inconveniente es que con motorizaciones muy potentes el variador continuo no es viable técnicamente. Para ver la gran progresividad de este cambio, se puede apreciar muy bien en este gráfico anuncio de Audi:
La última caja de cambios que voy a mencionar es la de doble embrague. Como su propio nombre indica, el sistema es como el de un cambio manual, pero duplicado. Esto quiere decir que el coche tendrá un embrague con las marchas impares y otro para las pares. Cuando el vehículo circula en segunda, la tercera también está preparada para ser engranada. Mediante un control electrónico muy fiable, se desacopla el embrague de las pares y se acopla el de las impares. Ni un piloto profesional sería capaz de cambiar tan rápido como lo hace el doble embrague. De hecho, este es el sistema que utilizan los automóviles de carreras. Por eso hay muchos que dicen que este tipo de cambio es manual, pero robotizado. Si se busca una conducción deportiva, este es el que mejor la permite. Si nuestro coche no es muy potente, y buscamos confort, tal vez la mejor elección sea la del variador continuo. Pero en muchas ocasiones, no podemos elegir ya que los fabricantes no nos ofrecen más que un tipo de cambio. En este vídeo de Renault se entenderá perfectamente cómo funciona el mecanismo:
No me extraña que el del vídeo e «cargue2 el cambio desde luego, cambiando de marchas así, seguro que lo rompes