No es extraño ver en otros países a policías patrullando en coches de gama alta. Creo que por todos es conocido que en Alemania la policía utiliza varios modelos de Porsche; lo mismo que en Dubai, en donde para “reforzar la imagen de lujo y prosperidad” han optado por Lamborghini. Al fin y al cabo, los malos también llevan vehículos potentes y si hay que perseguirles lo mejor es hacerlo con una herramienta similar a la de sus contrincantes. Lo que es más raro es coger una berlina de lujo, destinada a las más altas personalidades, y rotularla con los emblemas de la policía local para que sean estos agentes los que le den uso.

Hace tiempo escribí ya sobre los coches oficiales de los políticos. Por eso no quiero ser redundante. Pero sí que quiero dejar claro que no entiendo por qué el alcalde de Madrid (o la alcaldesa) necesita una completa escudería para su propio uso. Hasta que decidió sustituirlos por un Toyota Prius más ecológico, el actual ministro de Justicia disfrutaba de un Audi A8 Security y de un Volkswagen Phaeton cuando era alcalde de Madrid. Al parecer, Alberto Ruiz-Gallardón usaba uno u otro en función de sus desplazamientos, algo que me sorprende por varios motivos. El primero de ellos, porque el regidor de Madrid no debe tener tantas oportunidades de salir de viaje en tanto en cuanto su centro de trabajo y área de influencia se encuentran en Madrid, capital del reino y epicentro absoluto de todo cuanto sucede en esta España que pugna en igualdad de condiciones entre el centralismo económico y el separatismo regionalista. Es normal que los alcaldes de provincias tengan que personarse en Madrid con cierta frecuencia para tramitar una infinidad de asuntos. ¿Pero qué cuestiones tiene que tratar el alcalde de Madrid, fuera de la capital de España, sede central de todo tipo de empresas, organismos públicos y centros de poder? Y en caso de que tenga que viajar, no creo que lo haga en automóvil ya que en su propia ciudad dispone de las mejores conexiones de tren de alta velocidad y avión.
El caso es que la actual alcaldesa de Madrid, Ana Botella, se ha encontrado con una situación llamativa. Por un lado tiene adjudicado para su uso oficial el híbrido de Toyota, mientras el Volkswagen Phaeton se ha estado pudriendo en las cocheras del ayuntamiento desde el año 2010. El Audi A8, según parece, no pertenecía en propiedad al consistorio, que había firmado un contrato de leasing por el que se pagaban 150.000 euros al año.

Para los que no conozcan este lujoso modelo de Volkswagen, les diré que el Phaeton es el automóvil más exclusivo del fabricante de Wolfsburg. En esa deriva de Volkswagen en la que no termina de establecerse en un segmento definido y concreto del mercado, siendo la marca más cara de las generalistas o la más barata de las premium, en 2002 su presidente Ferdinand Piëch (conocido por ser el inspirador de grandes fracasos como el Lupo 3L o el Bugatti Veyron) pidió a sus ingenieros que diseñasen una berlina de superlujo que superase en calidades a los modelos más altos de gama de Mercedes, BMW o Audi. El resultado fue un coche aparatoso y algo incómodo que nunca ha triunfado entre las clases más pudientes. De hecho, mucha gente lo denominaba el «Passat de lujo». Esa percepción hacía que casi todo el mundo huyera espantado al ver que el precio del mismo podía rondar fácilmente los 100.000 euros. Demasiado para un Passat, por muy lujoso que fuese.
Como es habitual en el grupo alemán, el vehículo se fabrica utilizando la plataforma del Bentley Continental y del Audi A8. La cosa es ahorrar costes como sea. Si por fuera la apariencia es la de un Passat bastante más grande (la foto del Phaeton rotulado y con rotativos me recuerda mucho a la de los Volkswagen Passat que utiliza la Ertzaintza), por dentro el grado de lujo raya en lo obsceno. Por eso este automóvil, partiendo de la base que se ha vendido poquísimo, siempre fue muy del gusto de los nuevos ricos. Supongo que los agentes a los que se asigne el uso de este coche estarán encantados de patrullar en un modelo así.
Mira… al menos consuela ver que un dinero derrochado se ha reconvertido en algo más útil. Me pregunto si Gallardón se aseguró en no dejarse ningún «papelito» comprometedor en su interior, je, je, je.
Me da a mí que no llegó a usarlo mucho.