Los coches forman siempre parte de la vida, así que es difícil que en una novela actual los automóviles no tengan su parte de protagonismo. En el caso de “La tabla esmeralda”, la novela relata las vicisitudes de una mujer que mantiene una relación con un millonario alemán. Gracias a eso, encontramos pasajes a bordo de varios vehículos que pueden ser llamativos.

Al contrario de lo que pueda parecer, la protagonista, una historiadora del arte, se mueve por París con un viejo Citröen 2 CV de color amarillo prestado por un amigo. Pero Ana García-Brest también es pareja de un hombre de negocios, así que en determinados momentos conduce otros coches de gama más alta como el Mercedes SLK que utiliza en Madrid, regalo de Konrad Köller; o un Range Rover de color negro con tapicería de cuero color arena.
Los lectores a los que no solo les interesan los vehículos se preguntarán de qué va esta novela. Desde luego, de coches, no. Se podría decir que en el texto se entremezclan dos tramas relacionadas entre sí. Por una parte tenemos la investigación que está llevando a cabo Ana García-Brest por indicación de su novio, Konrad Köller, que además de rico empresario, es un gran coleccionista de arte. Han encontrado pistas sobre un enigmático cuadro titulado “El astrólogo” de Giorgione, y la joven deberá ir tirando del hilo para poder localizarlo. Para hacerlo de un modo rápido y efectivo, entra en contacto con el especialista en expolios nazis de la Universidad de la Sorbona, Alain Arnoux. Y gracias al profesor francés, empezarán a desentrañar la historia del comandante de las SS, Georg von Bergheim, a quien Hitler encargó la búsqueda del mismo cuadro al pensar que la obra ocultaba un importante enigma de vital importancia para la historia de la humanidad. Gracias a las pesquisas, el comandante conocerá a Sarah Bauer, una joven judía que conoce el lugar en el que se oculta el cuadro.
Pero ahora volvamos al tema de este blog, que son los coches. Quiero que lean estos extractos que he seleccionado para los lectores de Wanderer75. Es posible que les parezcan algo inconexos, pero he preferido eliminar una parte del texto para no desvelarles el desenlace a aquellos que prefieran leer la novela completa. Y es que no soy muy dado a los spoilers ni a cosas así.

La escena narrada por Carla Montero es protagonizada por el empresario alemán al ritmo del Carmina Burana de Carl Orff, cuando conduce a bordo de un Aston Martin DBS Coupé (curioso que un alemán millonario prefiera un deportivo inglés a los maravillosos deportivos germanos).
“El Aston Martin ya le esperaba a la puerta. Aun así, se detuvo a aspirar un poco de aire fresco para despejar la cabeza, un aire limpio y balsámico, con aroma a resina de los bosques circundantes. Mientras bajaba las regias escaleras de la entrada principal, iba desanudándose la corbata; empezaba a sentirse un poco mejor. Recogió el mando del coche de manos del criado, lo abrió con un bip y un parpadeo de luces, abandonó la chaqueta y la corbata en el asiento del copiloto y se sentó al volante. Insertó la llave de cristal de zafiro en la ranura, pulsó el botón de arranque y el motor rugió a la vez que empezó a sonar Carmina Burana.
O Fortuna, velut luna, statu variabilis…
Las ruedas aplastaron la grava, la imponente verja negra se deslizó lentamente, la carretera se abrió ante sus ojos. Accionó la leva de cambios y aceleró…
El Aston Martin DBS Coupé era su último capricho y sus trescientos siete kilómetros por hora de velocidad máxima, una excelente válvula de escape para la tensión acumulada. Según pisaba el acelerador y el motor rugía con la sensualidad de una hembra felina, según se comía las curvas y el asfalto sin apenas distinguir lo que dejaba a los lados, podía dar rienda suelta a su agresividad sin que sus manos estrangularan nada más que el cuero del volante.
Vita detestabilis, nunc obdurat et tunc curat…”
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“De cero a cien en 4,3 segundos. En menos de cinco segundos rodaba a ciento sesenta kilómetros por hora, casi sin darse cuenta. Y aún tenía recorrido el acelerador.
Sors immanis et inanis, rota tu volubilis…”
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“De repente sus pensamientos se colapsaron y todos sus sentidos entraron en estado de alerta. Había frenado demasiado tarde al tomar la última curva y había perdido el control de las ruedas de atrás… Retomó la dirección y aminoró la velocidad.
Obumbrata et velata, michi quoque niteris…”
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“Notó que entraba la sexta velocidad en el cambio automático. Siguió pisando suavemente el acelerador; en la recta podría sobrepasar sin problemas los doscientos kilómetros por hora.”
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“La recta era larga. Volvió a pisar el acelerador.
Sors salutis et virtutis, michi nunc contraria…”
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“Doscientos diez antes del cambio de rasante…”
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Muchas gracias por tu recomendación literaria Ricardo.
Me gusta mucho escribir, y hace poco terminé mi primer libro, destinado a un público infantil y juvenil, el cual estoy intentando publicar. Actualmente tengo una historia en mente con el mundo de los coches y las carreras ilegales de trasfondo, pero no me he atrevido a comenzar a escribir porque tenía dudas sobre el resultado que podía dar su plasmación en letras. Y ahora este artículo tuyo me ha animado mucho.
Un saludo.
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