Siempre me había imaginado a Françoise Sagan con la cara de Jean Seberg. Y tal vez ese error viniese inducido por el visionado de la película “Buenos días, tristeza”, de Otto Preminger. En este film, en el que la que la actriz americana encarnaba a la protagonista, Cécile, un trasunto de la propia Françoise Sagan, se describían las relaciones entre un padre inmaduro y su inadaptada hija adolescente. En el argumento, inspirado en diversos pasajes de la vida de la escritora, se relata la historia de la joven durante un veraneo con su padre, en el que se deja llevar por un modo de vida disoluto y hedonista impropio para la edad de la protagonista.

El caso es que siempre me había figurado a la escritora francesa como una eterna adolescente rubia, con su pelo cortado a lo “garçon” y sus ojos profundos e infinitos. Sin embargo, buscando fotografías que acompañasen a este artículo, me he percatado de que la francesa no se parecía físicamente en nada a la musa estadounidense de la Nouvelle vague que protagonizó su historia más célebre. Aunque ambas se caracterizaban por su imagen moderna y algo hippie, la escritora llamaba la atención por sus rasgos más aristocráticos, de nariz recta y mirada vivaz y evocadora.
Françoise Sagan fue una mujer culta y mundana, que vivió siempre siendo cautiva de sus pasiones, ya que nunca fue capaz de derrotar a ninguno de sus innumerables vicios. Consumía alcohol y drogas de un modo desaforado. Vivía peligrosamente, con la rapidez de un deportivo conducido a ritmo de jazz, con la pasión de una canción de Billie Holiday, Ella Fitzgerald o Nina Simone. La escritora francesa podría ser perfectamente la versión cosmopolita, sofisticada y europea de aquella Generación Beat sobre la que ya escribí hace no mucho tiempo, a raíz del estreno de la película “On the road”, basada en la novela de Kerouac.

Sagan fue el colmo de la precocidad. Con veinte años era ya una reputada novelista que había conocido las mieles del éxito, siendo la escritora más joven en recibir el prestigioso Prix des Critiques. Pese a que sus tramas eran algo inconsistentes y sus personajes adolecían de defectos a la hora de ser concebidos, la fuerza de su prosa sencilla y elegante, así como la certera descripción de los vicios de una burguesía amoral y decadente que conocía a la perfección, le hicieron triunfar en una sociedad necesitada de aire fresco por encima de todo.
Uno de sus muchos vicios era conducir coches deportivos descalza. No sabía hacerlo de otro modo. Le gustaba exprimirlos hasta el límite, porque —como en la vida— no entendía tampoco la conducción de otro modo que a toda velocidad. Según ella, “el que no se ha emocionado con la velocidad, no ha emocionado a la vida”. Su conducción, siempre al filo de la navaja, la llevó a sufrir un grave accidente en 1957 a los mandos de un Aston Martin. El siniestro le provocó secuelas muy graves de las que tardó bastante en recuperarse. Para paliar los dolores, comenzó a abusar de la morfina y los tranquilizantes, empezando de ese modo una escalada de adicciones de las que no supo nunca apartarse a lo largo de su vida.








Muy buena su cita sobre la velocidad, me la apunto,
Parecia una apasionada de los roadsers descapotables ingleses, no le discuto su gusto.
Saludos.
Françoise Sagan y su pasión por los deportivos | Wanderer 75 Os adrezco el compartir con todos nosotros toda esta amena información. Con estos granitos de arena hacemos màs grande la montaña Internet. Enhorabuena por esta web.
¡Muy didactico! Razonables motivos. Manten este nivel es un articulo fantastico. Tengo que leer màs posts como este.
Saludos