La extraña y enfermiza atracción de un Porsche

No es la primera vez que escribo en un artículo de este blog acerca de mi relación de amor/odio con Porsche. Ya se sabe que amores reñidos son los más queridos. Por eso siempre me bato entre la más absoluta fascinación y la refutación más feroz que me lleva a jurarme que no me compraré nunca un Porsche. Aunque luego me digo que si no fuese por el dinero…
Porsche Carrera – Foto: http://www.porsche.com

No sé si al resto de la gente le sucederá lo mismo, pero cada vez que veo uno no puedo dejar de mirarlo. Es una atracción brutal la que siento hacia ellos. Todos –o casi todos- me gustan, pero me fascina por encima de los demás el Porsche 911. Con cada nueva edición que presentan superan a la anterior. Cuando me encuentro con uno, el tiempo se para y todo se queda en silencio menos aquella pequeña joya. Por eso evito pasar por delante de un concesionario, para no tirarme demasiadas horas mirando embobado al escaparate, llenándolo de babas.

Me encanta el perfil del Carrera, casi erótico, de curvas insinuantes y perfectas. Es el cupé por excelencia, el canon, el molde. El deportivo que mejor consigue transmitir las sensaciones de un atleta a punto de escuchar el disparo que dará la salida. Como cuando Usain Bolt se coloca en los tacos, preparado para explotar con toda su potencia una centésima antes de comenzar la carrera. Entonces pisamos el pedal y toda la fuerza se proyecta en un acelerón que provoca temblores de gozo.

Porsche Carrera visto desde atrás – Foto: http://www.porsche.com
Usain Bolt preparándose para la salida – Foto: http://www.menshealthlatam.com

Si te pones de frente, no podrás olvidar jamás esos faros redondos, que despiden soñadoras miradas de artista efímero del asfalto. Parece un genio observándote fijamente, con curiosidad. Me recuerda a los ojos de Picasso, con su misma fuerza creadora y su atractiva personalidad. Y no quiero dejar de mencionar la poderosa zaga, con unas ópticas traseras alargadas que transmiten sensación de velocidad. El Porsche Carrera tiene uno de los mejores culos que Alemania puede dar. Y esta frase no va con segundas. O sí. Tómensela cómo quieran.

Dado que todo no puede ser hermoso en una historia de amor, siempre que me he montado -esto tampoco va con segundas- en uno me he sentido incómodo. Son coches excesivamente bajos, en los que hay que hacer malabarismos para entrar. No tantos como para que una dama con falda de tubo pueda acomodarse en el interior de un Mercedes GullWing de 1957, pero es complicado. Me da la sensación de que hay que arrojarse dentro del vehículo. El puesto de conducción es el lógico para competir. Pero un piloto profesional cuando corre renuncia al confort. En cambio, yo me he acostumbrado a otro tipo de automóviles en los que mi espalda aplaude tras muchas horas de ruta. Por el contrario, en un Porsche Carrera mi castigado espinazo se queja desde los primeros cinco minutos de uso. Justo el tiempo necesario para que mis riñones comiencen a notar que esa posición no es natural, en el preciso momento en que mis vértebras comienzan a crujir de una manera preocupante.

Pablo Ruiz Picasso – Foto: http://www.pablopicasso.org

Y si difícil es acceder al interior, prueben a salirse de él si no están en suficiente forma. Pero eso quizás es más culpa mía que del coche. No obstante, tras un rato a los mandos, cuando estoy harto del ruido infernal –curioso que en los primeros compases la sonoridad me encante-, de la suspensión dura, de los asientos que no permiten otra cosa que ir encajado, de la conducción brusca, los embragues broncos, los cambios cortos y duros, entonces me digo a mí mismo que nunca adquiriría un vehículo así. Que para un ratito está bien, pero que para el día a día son fastidiosos.

Lo más llamativo de esta enfermiza relación es que, según me bajo de uno, empiezo a echar de menos todo aquello que me molestaba. Y sigo sin poder marcharme, porque tan sólo quiero mirarlo hasta desgastarlo. Con la adrenalina por las nubes, no puedo dejar de rememorar aquellas sensaciones. Y pasan las semanas y los meses, y sigo recordando con la intensidad que sólo los buenos recuerdos pueden imprimir a una vivencia inolvidable. Es cuando me digo que quiero volver a conducir un Porsche. Y hasta me planteo, incluso, la posibilidad de comprarme uno; pero entonces el saldo de mi cuenta corriente me grita para que despierte, indicándome que todavía me queda mucho tiempo para que pueda volver a disfrutar una vez más del poderoso influjo de un Porsche Carrera.

Si quiere ver unos cuantos vídeos relacionados con este artículo, pinche en este link.
Porsche Panamera, el deportivo que ofrece las comodidades de una berlina.

5 comentarios sobre “La extraña y enfermiza atracción de un Porsche

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