Una reseña sobre De bólidos y hombres, la obra de Robert Daley que narra la historia de la edad de oro del automovilismo.
En la novela de Camilo José Cela, Madera de boj, hay una frase reiterada constantemente a modo de mantra: “Por Cornualles, Bretaña y Galicia pasa un camino sembrado de cruces de piedra y de pepitas de oro”. La frase, erigida en leitmotiv obsesivo, articula la novela para conseguir la deliberada estructura circular que pretendía su autor. Al final de cada capítulo, se repite una y otra vez con un ritmo musical que parece obedecer al compás de la percusión de un tambor ronco que acompañase a una gaita. Esa misma sensación se desprende al leer De bólidos y hombres de Robert Daley. Así que, apropiándome de esa musical metáfora del maestro Cela, tras la lectura de este libro de crónicas sobre la edad de oro del automovilismo, me voy a permitir la licencia de parafrasearle de un modo que todo el mundo entenderá: “Por Mónaco, Monza y Nürburgring pasa un camino sembrado de lápidas funerarias y de charcos de aceite”.
Sangre en el asfalto

Se puede decir, sin temor a caer en la exageración, que, como en las tragedias griegas, la historia de los Grandes Premios es un relato trufado de cadáveres jóvenes, de hombres casi míticos aquejados por la enfermedad de la velocidad, adictos a la adrenalina, con las venas y las arterias llenas de gasolina en vez de sangre. Un grupo de legendarios pilotos que, semana tras semana, se jugaban la vida impulsados por la obsesión de ser los primeros, de ser los más rápidos, de alcanzar el Olimpo al mando de sus ruidosas máquinas.
El libro de Daley comienza con un recuerdo a la muerte en la Mille Miglia de uno de los más destacados mitos del automovilismo de los años cincuenta: el marqués de Portago. El aristócrata español —al que ya he dedicado una entrada en Wanderer75— se convirtió en una de las grandes leyendas de los circuitos. No solo por ser el primer español que corrió para la escudería Ferrari (un dato que seguro que muchos hoolligans de Fernando Alonso desconocen), sino por representar mejor que nadie a uno de esos gentlemen drivers ninguneados y denostados por la envidia hispánica, ya que a su lado todo el mundo parecía más bajito, más feo, más halitósico y más casposo.
La edad de oro del automovilismo
Conviene que los recientes aficionados a la Fórmula Uno se lean esta colección de crónicas y reflexiones escritas por Daley para que comprendan lo que alguna vez fue este deporte. En una época como la actual, en la que la competición se ha descafeinado de tal modo que todo depende exclusivamente de la mecánica, es verdaderamente importante que alguien con peso nos recuerde que en otros tiempos el automovilismo era un deporte salvaje y arriesgado, pero hermosamente bello en su barbarie. Una época —como se recuerda en la contraportada del libro— “en la que el valor y la destreza de los hombres estaban por encima de la potencia de las máquinas”.
Robert Daley, periodista y escritor

El autor de De bólidos y hombres, Robert Daley, es un escritor que tiene en su haber más de 30 títulos de ficción y no ficción. De 1958 a 1964 ejerció en Europa como corresponsal del New York Times para la Fórmula Uno. De esa actividad profesional —que le permitió tratar personalmente con los pilotos más famosos de la época— surge este libro de crónicas que se ha convertido en una referencia de la narrativa de motor, y que Macadán Libros ha editado con cariño y esmero.
Hoy en día, cuando los grandes grupos editoriales han renunciado a la calidad —tanto en la edición como en los contenidos— en aras de la reducción de costes, es realmente grato encontrarse con una obra tan cuidada como la que nos presenta la editorial granadina especializada en libros de motor. No solo por la calidad del texto, si no por su esplendida traducción y por las maravillosas ilustraciones de Héctor Cademartori que acompañan a cada capítulo.
El libro se estructura en capítulos que sirven como excusa para rememorar las anécdotas surgidas alrededor de cada Gran Premio, resaltando los sucesos más espectaculares que llevaron a cabo los superhombres que compitieron en esos autódromos. Al principio de cada capítulo se incluye también un plano en el que podemos ver cómo era el trazado de aquellos circuitos cuyos nombres resuenan con ecos legendarios: Silverstone, Le Mans, Sebring, Spa-Francorchamps,…
Una prosa trepidante

Viendo el ínfimo nivel de los periodistas actuales responsables de informar sobre la Fórmula Uno, produce cierto pesar que en este mundillo ya no haya escritores como Robert Daley. Su prosa es vivaz y sugerente. En determinados momentos, los textos de Daley ronronean como un motor de gran cilindrada. Sus frases se impulsan y serpentean gracias al brío de su pluma, como si su estilográfica o su máquina de escribir, en vez de tinta, usase gasolina de alto octanaje.
Al narrar los lances de la competición, en lugar de caer en la reiteración y la pesadez, consigue imbuir a sus pasajes de una fuerza trepidante. Tras varios años escribiendo sobre automóviles sé que describir una carrera de coches sin repetirse una y otra vez es complicadísimo. Por más que uno se esfuerce, al ir trenzando el entramado que sustenta la acción, es fácil caer en la monotonía de una redacción fría y cansina. Pero el autor de De bólidos y hombres utiliza el lenguaje con maestría y riqueza. En los momentos más épicos imprime un ritmo vibrante, a la vez que es capaz de transmitir con emoción las sensaciones que se producen en situaciones más intimistas, como en la descripción del accidente de esquí en el que falleció la joven esposa de Rudi Caracciola.

A lo largo de las páginas de De bólidos y hombres, Daley se revela como un periodista culto y sofisticado, que disfruta con el lujoso ambiente de Mónaco, o que aprovecha sus viajes a Ámsterdam —durante la celebración de las carreras en el circuito de Zandvoort— para ir a la ópera o a ver los cuadros de Rembrandt en el Museo Nacional. Asimismo, el escritor también es un sagaz observador, conocedor profundo de la naturaleza humana, que se documentaba exhaustivamente para poder informar a los lectores de la historia de cada Gran Premio. Por eso sus relatos no solo se circunscriben a la época en la que el periodista fue corresponsal del New York Times. Su forma de narrar es tan cercana que cuando relata un suceso histórico —incluso de carreras que se celebraron antes de que él naciese— da la sensación de que hubiese estado presente, viviendo en directo la emoción de unos lances pasados y que en ocasiones se olvidan demasiado pronto por culpa de la insistente vehemencia del presente.
Sin duda alguna, se trata de una de las lecturas imprescindibles para cualquier amante del mundo del motor. Así que, si estas Navidades no sabes qué regalar a ese familiar al que le encantan los coches, De bólidos y hombres puede ser una buena opción.
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3 comentarios sobre “De bólidos y hombres, el camino sembrado de lápidas y charcos de aceite”